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lunes, 5 de marzo de 2012

Historia de 2 Historias III


Abro los ojos, los abro y dejo que la oscuridad reinante penetre en mis pupilas, una oscuridad rota por las farolas de la calle. La electricidad, ese milagro de la ciencia, la diosa de la paciencia: ha sobrevivido. Me levanto, camino por la habitación llena de muertos, seres en descomposición. El hedor se introduce por mis fosas nasales, por mi boca, hasta la garganta. Estoy cansado, agotado. Se me cierran los párpados, los músculos no obedecen a mi cerebro, las órdenes se diluyen en torpes divagaciones. Quiero dormir, anhelo descansar. Pero soy incapaz. ¡Dios!. Voy a la cocina, mis pies empapados en sangre coagulada, sangre que se extiende por toda la habitación, por todo el apartamento, órganos vitales desparramados por el suelo, fría superficie de mármol. Abro la nevera, una oleada de frío invade mi rostro, las pupilas se contraen ante una luz desgastada por la suciedad que no por el tiempo.
Nuevos olores se filtran por mi nariz: leche cortada, fruta y verdura podridas, fiambre recubierto de moho. Agarro el cartón de leche y cierro de golpe, tiembla la nevera. Aproximo el cartón de leche a mi boca, unas arcadas me producen un leve mareo, hago caso omiso a mi repulsión y tomo un largo trago. Bebo leche cuajada, con trocitos que prefiero no pensar qué serán, leche agria, pero no me detengo, el cartón inclinado sobre mi boca, tengo sueño, mucho sueño. “Mierda, se acabó”. Tiro el cartón. Me he manchado la camiseta. Regreso a la habitación, me dejo caer sobre la cama, cama deshecha, sucia, sudada. La luz se filtra por los agujeros de la persiana. Luces de farolas solitarias, ignoradas, desconocidas, abandonadas. Farolas que nunca se apagan, farolas que resisten hasta que la muerte de una pedrada acaba con ellas. Pero nunca llega, la pedrada. Por que incluso nadie se digna a pasar por allí. La gente, las personas, hombres y mujeres: adultos, adolescentes, niños y niñas, seres humanos, civilización salvaje, animales urbanos. Pobres mortales, desamparados, alienados, irracionales, celosos, vanidosos, estúpidos, ignorantes, ignorados, ajenos a su propio destino, desconocedores de lo trascendental, pequeños y frágiles, débiles.
              Odio a los hombres, a las mujeres. Odio, me gusta odiar. Me encanta, aborrezco el sentimentalismo, que asco. Tumbado en la cama, sufriendo retortijones, me relajo. Abandono mi voluntad al odio que corroe mi alma, corrompe mis sentidos y ofusca mi raciocinio. Cierro los párpados. Lo intento, de verdad que lo intento. Concentro mi pensamiento en algo que no sea demasiado negativo, pesimista, deprimente. Lo siento, no puedo. De fondo, desde un lugar muy lejano, se aproximan unas letras acompasadas por una guitarra. Letras que deprimen, que deleite oírlas, me refiero al contenido de las canciones.
       Que asco de vida, que asco de muerte, que existencia más baldía, que impotencia de los actos humanos, que dependencia más infructuosa de las máquinas. Diálogos de sordos, verdad aparente, apariencia sin contenido, monólogos con eco engañoso. Empiezo a dormirme, todo se evade, se aleja de mi conciencia. Oscuridad benevolente, sin dolor. Tranquilidad aparente, nada, nadie. Ni siquiera yo, yo me quedo fuera, fuera de mí mismo, de mi propia esencia, postrado, vencido por la enajenación de un yo que no es mío. . .x


x Los puntos suspensivos indican un salto Espacio-Temporal.

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